Estudio sobre J. Luis Vives

En este ensayo, si así puede llamársele, no encontraréis largos y farragosos discursos; tampoco un trabajo serio y concienzudo de investigación que, por otra parte, confío que algún día vea la luz a partir de estas páginas.

No aporto, por tanto, nuevos datos a los estudios que se han hecho sobre Vives, eso creo, salvo algunas precisiones que, por su propia evidencia, eran de fácil localización.

Mi contribución pretende ser, así lo entiendo, mucho más modesta. Deseo, únicamente, poner al alcance de cualquier estudiante que conozca un poco o nada a Juan Luis Vives el material básico para tener una breve referencia sobre nuestro humanista. En este trabajo, el lector encontrará abundantes referencias a otras obras que le permitirán profundizar en nuestro personaje. Con esto me doy por satisfecho.

He distribuido mi estudio en varios apartados, cada uno de los cuales obra con relativa independencia de los otros, creo que suficientes para hacerse una idea concisa sobre la vida y la obra de Juan Luis Vives, sin falsos adornos ni boatos que entretengan la lectura innecesariamente.

Doy, en primer lugar, unas breves pinceladas cronológicas con los asuntos, a mi juicio, más importantes acaecidos durante esos años para nuestro humanista. No hay nada novedoso en este punto, con excepción de la brevedad.

Más tarde, en el capítulo siguiente, recojo algunas incorrecciones y falsedades sobre Vives, citando suficientemente su procedencia para advertir al lector que no acuda con  un respeto excesivo a estos libros que, según constato, tienen más mérito por agitar la confusión y provocar la pérdida de tiempo, de por sí escaso, que por ajustarse a la verdad. 

Es cierto que, en algunos de ellos, se ha sentado cátedra con hechos y comentarios que, ni por asomo, podemos dar por válidos sino que, igual que sucediera con los alimentos perecederos, su fecha de caducidad corresponde a tiempos pretéritos. En este apartado sólo trato con especial benevolencia el ensayo de Gregorio Marañón (Españoles fuera de España/ Espasa-Calpe S.A. / Madrid, 1979), ciertamente merecida por la elegancia de su prosa. Si Marañón erró en alguna de esas páginas, hago un esfuerzo por comprender que no ha sido de forma voluntaria. Muy al contrario, dado que la primera edición de esta obra corresponde a 1947, intuyo que las imprecisiones, que en otro capítulo señalo, se deben, sin más, al estado de las investigaciones sobre Vives. Esto, sin justificarle, me anima a recomendar al lector que, fuera de estos pequeños tropiezos, tenga a este libro en muy alta estima.

He distinguido dos tipos de errores; los efectuados con fechas y otros datos biográficos y aquellos otros que afectan a la obra de Vives, guiados probablemente, en algunos casos, por intereses oscuros y partidistas.

Créame el lector cuando digo que no pretendo censurarle dichos libros; el respeto, casi sagrado, que tengo a la libertad de elegir cada uno la forma en que gasta su tiempo libre, me lo impide. Otro tanto digo al establecer diferencias entre el oficio de inquisidor, verdugo de una moral y un pensamiento que no sea el propio, y aquél otro de puntualizador.

No abundan, lamentablemente, las referencias exhaustivas a Vives. En todo caso, los estudiosos de su figura disponen de un material privilegiado, las 195 cartas que el ex-decano de la Universidad Pontificia de Salamanca, José Jiménez Delgado, recogió bajo el título de Epistolario y que, desgraciadamente, permanecen hoy por hoy agotadas como consecuencia de la desaparición de Editora Nacional; unas, las más provechosas para mi estudio, fueron escritas por el mismo Vives; otras, nada desdeñables, tuvieron como protagonistas a personajes de la talla de Tomás Moro, Erasmo, Guillermo Budé o el mismísimo Carlos V.

Omitir estas cartas era algo impensable; conocer de cerca y en primera persona algunos aspectos biográficos de Vives era, forzosamente, una necesidad, más aún cuando mis observaciones descubrían abundantes incorrecciones y errores de bulto sobre nuestro biografiado, sin que, según creo, los autores de dichas páginas sintieran rubor ni vergüenza al escribirlas, tan mermada había de estar, pues, su estatura moral, que daban por ciertos unos hechos cuya autenticidad era harto discutible.

Sobre este particular, debo mencionar aquí algunos párrafos escritos por Adolfo de Castro, académico, en su discurso preliminar al tomo LXV de la colección Biblioteca de Autores Españoles, publicada en Madrid en el año 1873. Tres páginas dedica, en dicho discurso, a Vives, afirmando con rotundidad que “Juan Luis Vives fue el filósofo español más renombrado del siglo XVI”. Nada tengo que objetar, pues, no hallándome en tal sigo, nada puedo decir del número de voces que cantaran su gloria, ni tampoco de su calidad para dar por bueno un elogio que, por otra parte, no lo creo muy alejado de la realidad. Sin embargo, se hacen necesarios unos breves paréntesis que pongan coto a esa explosión de entusiasmo. No creo, en ningún momento, que afirmaciones tan tajantes (pensemos por un momento en todos los demás filósofos españoles de este siglo) contribuyan al rigor de quien las suscribe.

Sin dejar de ser frecuente, pongo en severa sospecha todas estas manifestaciones elogiosas a que nos tienen acostumbrados muchos de nuestros eruditos porque, sin dejar de ser ciertas en muchos casos, ponen a sus mismos creadores en entredicho a poco que la memoria les falle y repitan, con igual desatino, idénticas alabanzas para otro de sus “estudiados”.

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Sobre la fecha de nacimiento de Luis Vives hay controversia. De la inscripción en los archivos históricos admitida obtenemos que Juan Luis Vives nació el 6 de marzo de 1492. Sin embargo, José Mª Palacio, Marqués de Villarreal de Alava, refuta con abundantes argumentos tales afirmaciones.

En este estado de cosas, tengo a bien traer a estas páginas dichas consideraciones, sin omitir punto ni coma, para que el lector tome el partido que considere más acertado. En la página 98 del Proceso Inquisitorial de Blanquina March, madre del humanista, el marqués de Villarreal deja reflejado lo que sigue:

“El Filósofo Juan Luis Vives nació en la ciudad de Valencia el año 1493 (según declaración de su padre, que publicaré, y según se desprende también de las declaraciones sobre su madre, hechas por él mismo, en el capítulo V del libro II de su Instrucción de la mujer cristiana), y no el 6 de marzo de 1492, como señalan los historiadores actuales que han seguido las huellas de Coret y de Mayán y Siscar. Como él mismo declaró en su diálogo Leges ludi (págs. 348-349 de la edición de Coret de 1788) vio la primera luz en la casa paterna, en la calle Taberna del Gallo, en la última casa bajando a la izquierda. Esta calle pertenecía a la parroquia de San Martín, y sucesivamente se llamó calle de Ribelles y luego calle del Torno Viejo de Santa Catalina (como corroboran una escritura por Juan Esteve, en 12 de febrero de 1473, y otra por Juan Cabrerizo, en 12 de febrero de 1563, ambas en el Archivo de la Seo de Valencia, citadas por Coret”.

En lo que a mí respecta, no voy a entrar en tan afiladas disquisiciones, ni tampoco voy a tomar partido por uno u otro bando. No obstante, ha de señalarse que una de las cartas escritas por Erasmo de Rotterdam a Don Juan de la Parra, médico y preceptor del príncipe Fernando, viene a decir:

“Está entre nosotros Luis Vives, valenciano, que no pasa de 26 años, pero muy versado ya en todas las materias filosóficas, que ha adelantado tanto en las buenas letras, en la elocuencia, en el hablar y la facilidad de escribir, que apenas encuentro a nadie que con él pueda compararse”.

La carta referenciada está escrita en Lovaina, el 13 de febrero de 1519 y, según observamos, en cualquiera de ambas fechas, tanto el 6 de marzo de 1492 como el periodo comprendido entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 1493, queda suficientemente claro que el autor, en ninguno de ambos casos, pasaba de 26 años. Según esta lectura, cualquiera de las dos fechas podría ser perfectamente válida.

Ahora bien, anótese que la duda tiene muy diversos grados en la reconstrucción de hechos pasados y que, por tanto, no participa en la misma medida en unas suposiciones u otras. Así, un sector, llamémosle mayoritario, indica que Vives nació en 1492, siempre que demos crédito a la inscripción en los archivos históricos y que ofrece, con toda precisión, sus fechas de nacimiento y muerte, así como las de su esposa.

Supongamos que dicha inscripción está fuera de toda duda y que, de tal forma, la controversia que aquí se plantea carece de todo fundamento. Supongamos, por otra parte, que estos datos tan precisos fueran fruto del error o hubieran sido malévolamente tergiversados. En este caso, prestemos oídos a la teoría del Marqués de Villarreal que, como requisito previo, necesita una doble condición, a saber, la veracidad de la declaración de su padre y la supuesta inclusión de datos autobiográficos en la obra de Vives que él toma como referencia.

Asimismo, desconozco si el Marqués de Villarreal de Alava ha publicado las declaraciones de Luis Vives, padre de nuestro autor, conforme nos prometió al dar por buena la fecha de 1493. Si así no fuera, contando con que han transcurrido 28 años desde la publicación de su libro, debo pensar que, salvo desgracia de fuerza mayor, es razón suficiente para otorgar credibilidad, de momento, a la primera versión.

No quiero finalizar estas áridas disputas sin antes plantear serias reservas sobre la opinión, no sé si extendida, que basándose en la posibilidad que la fecha de 6 de marzo de 1492 correspondiera al advenimiento a la fe cristiana de Vives y no, como creemos, a la fecha real de nacimiento, daría mayor crédito a las tesis defendidas por el Marqués de Villarreal.

Contra esta teoría sólo es necesario recordar que, si así fuera, ninguna de las dos fechas dadas como posibles podría estar en lo cierto, pues es evidente que sólo puede bautizarse a quien ya ha nacido y que, consecuencia de ello, su fecha real de nacimiento habría de ser anterior al 6 de marzo de 1492, con lo cual añadiríamos una tercera cifra en discordia.

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Según el Dr. Jiménez Delgado, el 26 de mayo de 1524, la boda de Vives se llevó a efecto. Circunstancia que queda suficientemente aclarada por Vives en carta dirigida a Erasmo el 16 de junio de ese mismo año. En dicha carta, Vives comenta que salió “de Inglaterra el mes de abril no más que por tomar esposa, con orden del cardenal Wolsey y de los reyes de regresar a fines del mes de septiembre”, y añadía, “cosa que haré, si alguna necesidad o fuerza mayor no me lo impiden”.

Más adelante, dirá que “por la fiesta de la Eucaristía sujeté mi cuello a la coyunda mujeril que, a decir verdad, todavía no me resulta pesada, ni deseo por ahora sacudírmela de mi cuello”. Es evidente, pues, que el matrimonio se celebró cuatro años antes de la prisión.

Vives se casó a la edad de 32 años, fecha en la que Margarita Valldaura, su futura esposa, contaba tan sólo con 19, según podemos deducir de una inscripción que reza en latín, bajo el busto de Vives y su esposa, en la ciudad de Brujas.

Dicha inscripción, traducida al romance, dice literalmente:

“A JUAN LUIS VIVES, valenciano, varón esclarecido en todos los ornamentos de las virtudes y del saber en cualquier linaje de disciplinas, como acreditan los gloriosos monumentos literarios que él dejó; y a MARGARITA VALLDAURA, dama de rara honestidad y en grado extremo semejante a su marido en todas las dotes del espíritu, prez del sexo femenino, a ambos unidos como siempre vivieron en alma y cuerpo y aquí entregados a la tierra, dedicaron este recuerdo a su hermana y a su marido ejemplar. Vivió Juan cuarenta y ocho años y dos meses, y murió en Brujas a los seis de mayo de 1540. Margarita vivió cuarenta y siete años, tres meses y nueve días. Falleció a los once de octubre de 1552”.

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Gregorio Marañón, con una prosa enteramente musical y agradable a los oídos dedica buena parte de su obra “Españoles fuera de España” a nuestro humanista.

Divide su estudio en cinco capítulos, todos ellos bajo el sonoro encabezamiento de “Luis Vives. Su Patria y su Universo”. Marañón, sensatamente, más allá del puro ejercicio literario (no tiene desperdicio ninguna de sus páginas) discurre acerca de la vida de Vives, vista, preferentemente, a través de su obra, muy especialmente los Diálogos que, igual que el Dr. Jiménez Delgado, considera de alto valor autobiográfico.

Repasa, con gran lujo de detalles, la enfermedad de la gota y del mal de piedra que padeció Vives, fruto en parte de su vida viajera y un tanto disipada, como nos indica el párrafo siguiente:

“Es seguro que las costumbres de su familia en la sensual vida levantina, y las suyas propias, durante sus viajes por la Europa renacentista y sus estancias larguísimas en el medio abundancioso de Flandes, fueron un tanto pecadoras; de esos pecados veniales y explicables, a que conduce el amor jocundo del buen vivir y que en los hombres de afanosa creación intelectual, horros de otras distracciones y vicios, ayudan al ejercicio del entendimiento”.

Por otra parte, Gregorio Marañón ilustra, muy prudentemente, cómo dicha enfermedad influye necesariamente en el pensamiento de Luis Vives. No es para menos. Nuestro humanista ha dejado abundantes pruebas de los sufrimientos y malestar que tales dolencias le propinaban. A modo de ejemplo, transcribo parte de una carta que Vives dirigió al Señor de Praets, el 15 de enero de 1531:

“Hace tiempo que no recibo ninguna carta tuya; pero lo que de ti espero no son tus cartas, sino tu profundo y singular afecto para conmigo. Recientemente te escribí a ti y al César. Mi mayor deseo es que esas cartas hayan llegado a su destino. Espero que así sea. Por lo que a mí toca, el mal de gota me atormenta terriblemente; sube serpenteando hasta las rodillas, hasta las manos, hasta los brazos y los hombros. Algún día llegará el fin de esta cárcel tan terrible. ¡Ojalá, cuando esto llegue, sea con la bondad y gracia de Cristo!”.

Debo reconocer que la primera vez que leí las páginas escritas por Marañón creí, desconfiado, que su autor había realizado un puro alarde literario sin tener demasiado en cuenta el compromiso con la verdad. No obstante, finalizada su lectura, gozosa por cierto, y releídos muchos de sus comentarios, adiviné al hombre de ciencia que sabe deslindar lo real de lo imaginario. Baste para comprenderlo la cita siguiente, que recojo fielmente de su original:

“En estos ensayos que yo, desde aquí lejos, desde el París de mi destierro, dedico a Vives en su centenario, no voy a hablar de su filosofía. Me interesa sólo el hombre. En realidad, sabemos muy poco de su vida. Las fechas, los viajes, los fastos públicos y familiares están en los apuntes de Mayans, en los libros de Lange y de Bonilla San Martín. Mas los sucesos culminantes de la existencia de un hombre apenas son otra cosa que el cañamazo donde la vida misma va, humildemente, bordando, día por día, su callada y ferviente realidad.
Por fortuna, Vives hizo una obra, y toda obra, así hable de los dioses, de los astros o de las hormigas, está impregnada de autobiografía. La obra nace siempre de una preocupación, y los rasgos de esta preocupación están en nuestra obra, como en la figura del hijo los rasgos de su padre. Y como el alma –y en parte el cuerpo– están amasados con nuestras preocupaciones, están, por lo tanto, también implícitas en nuestra obra”.

Los elogios que dedico a Gregorio Marañón no son obstáculo para que exponga, igualmente, algunos puntos que considero apartados de la verdad en los que incurre, no con excesiva frecuencia. Así, en las páginas 114 y 115 del ensayo citado, señala implícitamente que el matrimonio de Vives y Margarita Valldaura se llevó a efecto tras verse obligado éste a abandonar Oxford y Londres, por no querer “dar razón ni al rey ni a la reina, porque ninguno de los dos la tenía” como consecuencia del pleito entablado entre Catalina de Aragón y Enrique VIII.

Repitamos aquí, de nuevo, que la boda se celebró varios años antes de la detención y posterior abandono de tierras inglesas, requisito impuesto a Vives como condición para recobrar la libertad tras treinta y ocho días de “cautiverio”.

Ni Vives casó con Margarita tras ese fatídico viaje a que alude Marañón (el 7 de abril de 1528 estaba en casa), pues es evidente que ya estaban casados, ni tampoco se le detuvo por permanecer imparcial. Según hemos constatado en la carta que se recoge en la pág. 6 de este ensayo, Vives deja de manifiesto que “el motivo (de su detención) fue no muy honroso para ellos (los que la decretaron), a saber, porque apoyé con todas mis fuerzas la causa de la Reina”. Que ésta considerara este apoyo insuficiente es una opinión que dejamos al criterio de ella, no muy justo por cierto, si consideramos que Vives, aunque no dirigiera la defensa de la Reina, como ella pretendía, sí volvió por última vez a Inglaterra el 17 de noviembre de 1528, a petición de Catalina de Aragón, con dos abogados de su confianza, el vicario de Lieja y un miembro del parlamento de Malinas, según queda reflejado por Noreña y por Jiménez Delgado. Este último, en las págs. 52, 53 y 54 del texto citado, advierte que:

“Vives volvió a estar en Inglaterra algunos meses en 1527, de abril a junio. A él tenían encomendada los Reyes la educación de su hija, María Tudor. El 17 de junio (de 1527) deja de nuevo Londres y vuelve a Brujas. Vuelve por fin a Inglaterra, pero definitivamente se ve obligado a reintegrarse al lado de su esposa el 17 de abril de 1529".

En este periodo de tiempo (17-06-1527 a 17-04-1529) se desarrollaron los acontecimientos que hemos señalado y que, en esta cita e Jiménez Delgado, aparecen de una forma un tanto confusa, al menos en lo que se refiere a la exposición de los mismos, lo que, con harta facilidad, puede llevar al lector a un baile inapropiado de fechas.

Por lo demás, Jiménez Delgado añade que, para ese entonces, refiriéndose al 17 de abril de 1529, “Vives había hablado de los tiempos difíciles que le había tocado vivir al lado de los reyes ingleses, cuando, según su gráfica expresión, <ni le era permitido hablar ni callar sin peligro de su vida>”

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A estas alturas de nuestro estudio es pensable que el lector, curioso de por sí, se pregunte por los detalles que condujeron a la separación de los reyes ingleses y que, a la postre, desencadenarían una nueva crisis económica en Vives, convenientemente aderezada con los contratiempos que se van relatando. A este respecto, me veo obligado a recoger la magnífica síntesis que realiza el Dr. Jiménez Delgado en las páginas antes citadas:

“Se había desencadenado con fuerza y pasión inusitada el pleito del divorcio del rey. Enrique VIII, su protagonista, se decidió a casarse con escándalo de su pueblo con su amante Ana Bolena. Inmediatamente después siguió el cisma de la Iglesia anglicana. Con este motivo, Vives fue puesto en custodia del 25 de febrero al 1 de abril de dicho año 1528, confiado a la vigilancia del entonces embajador de España en Londres, Iñigo de Mendoza, hasta que se le dio la orden de parte del rey de abandonar Inglaterra.
Catalina de Aragón (1483 – 1536), hija de los Reyes Católicos, fue la que más de cerca hubo de sufrir las consecuencias de la decisión unilateral del voluntarioso Enrique VIII. Ella se había casado en 1503 con Arturo, primogénito de Enrique VII, quien la subir al trono en 1509, con el nombre de Enrique VIII, confirmó su matrimonio con Catalina, reina consorte.
De ella tuvo seis hijos, de los que sobrevivió sólo su hija María Tudor. La ausencia de descendencia masculina provocó un malestar profundo en el rey. Hacia 1525 Enrique VIII habló ya públicamente del divorcio, pretextando que su matrimonio se había llevado a cabo entre cuñados. A esto se unió su pasión por Ana Bolena. A partir de 1527 se sometió el caso a las autoridades eclesiásticas. El Papa Clemente VII se mostró al principio conciliador e indulgente, pero la firme actitud de Catalina, que se negó a aceptar como competente al tribunal nombrado para decidir el caso, y las presiones de su sobrino, el emperador Carlos V, modificaron radicalmente la actitud del Pontífice. Sin tener en cuenta la decisión papal, Enrique VIII rompe definitivamente con Catalina (1531), se casa con Ana Bolena y logra que el arzobispo de Canterbury, Crammer, disuelva el matrimonio con la reina Catalina (1533), quien confinada en varios castillos del reino, muere llena de angustia en 1536. Estos hechos determinaron la ruptura de la Iglesia inglesa con Roma.
Mientras se ventilaba la causa, ni que decir tiene que Vives se colocó abiertamente frente al atropello del rey. Por eso cayó en desgracia del soberano voluptuoso. Hombre prudente, aconsejó a Catalina que callara, porque veía el pleito perdido ante las arbitrariedades del monarca.
Entonces Vives perdió a la vez la protección del rey y de la reina. La del rey por no haber secundado, como tantos cobardes, su partido; la de la reina, porque Vives, en vista de la situación, había rehusado el peligroso honor de defender a la reina, aconsejándole que renunciara a todo proceder, en defensa propia, que había de resultar necesariamente inútil, ante la actitud decidida y arbitraria del prepotente soberano.
De hecho, Enrique VIII había permitido a Catalina presentar dos abogados en su defensa. La reina llamó a Vives, desde Bélgica. Éste volvió por última vez a Inglaterra el 17 de noviembre de 1528, con dos abogados de su confianza, el vicario de Lieja y un miembro del Parlamento de Malinas (Luis Schore y Gilles de la Bloquerie). Vives habla con la reina y le hace desistir de su defensa. En carta a Juan de Vergara se refiere nuestro biografiado al disgusto de la reina por su actitud, que creía equivocada y tal vez cobarde. Días más tarde –sería a fines de 1528– Vives estaba desolado, sin protectores y sin medios de subsistencia. La tragedia se había consumado. Él vuelve a Brujas a refugiarse en el puerto tranquilo y consolador de sus estudios y aficiones literarias. Años después, aún tiene arrestos para dirigir una carta al rey, tratando de poner solución al conflicto. Pero el asunto no tenía ya remedio”.

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Hasta aquí, creo haber dejado satisfecha la curiosidad del lector. Mas no la mía. Para explicarme, advertiré que nunca creí que los “grandes hombres” fueran concebidos de pedernal o de cualquier otro material que les hiciera diferentes del común  de los mortales, si bien la leyenda, las guirnaldas de la gloria, les hacen parecer ajenos a las mezquindades y miserias diarias que, nosotros, simples hombres anónimos, hemos de soportar.

Que un Emperador declara la guerra a un país vecino, será cuestión de consumar una hazaña para su pueblo. Que un filósofo escribe un tratado que abre nuevas fronteras a la Humanidad, sin duda ha sido la excelsitud de su inteligencia la que nos ha premiado con semejante regalo. Pues bien, sin negar que la historia de los hombres está surcada de hazañas ejemplares que sirven de ejemplo a la mayoría de nosotros, hemos de admitir que, incluso esos supuestos héroes, son de carne y hueso y que, por lo demás, precisan de los mismos cuidados y satisfacciones que cualquiera de sus semejantes. La ambición, la enfermedad, las penurias económicas o el temor a perder la libertad o el favor de personajes influyentes, pueden, sin grandes equívocos, explicarnos muchas de las determinaciones que tomaron en sus vidas, sin que ello suponga, por supuesto, que condenemos su memoria ni que juzguemos, implacables, cada una de sus obras desde intereses puramente materiales. Pero es evidente que un hombre, hasta un filósofo, ha de comer todos los días y que, por tanto, esa esclavitud a las necesidades diarias ha de dejar su justa impronta en sus obras. Si esto no fuera suficiente, sugiero al lector que traslade sus pensamientos a la Europa que tocó en suerte a nuestro humanista, rota por las guerras, desavenida, víctima de la furia religiosa; una Europa, en fin, poco sensible a las libertades individuales de cada ciudadano, sujeta a los caprichos y veleidades de grandes y príncipes, donde el arte había de verse bajo el patronazgo de hombres ilustres e influyentes. 

Vives fue un filósofo que, en lo personal, vivía a merced de las circunstancias. La suerte, que en tan pocas ocasiones favorece a los hombres con sus alas, fue poco generosa con él, como así lo prueban sus orígenes judíos en una época cargada de vaivenes religiosos. No contenta la fortuna con semejante lastre, le reservó la muerte de su querido y poderoso Guillermo de Croy, protector y discípulo a un tiempo. Esta pérdida le condujo al desamparo y a la estrechez económica, dejando a Vives falto de protección y de recursos.

Nuestro filósofo, siempre en busca de un padre que corriera con los gastos de una vida dedicada al estudio, encuentra en su camino la cátedra vacante por la muerte de Nebrija, en Alcalá de Henares. Duda, quizá más impulsado por sus peligrosos orígenes que por cualquier otra cuestión, y una vez decidido llegar a España por mar, a través de Inglaterra, el destino le promete incontables beneficios, en tierras de Enrique VIII, que le hacen desistir de su primitivo empeño. Pero la calma y la dicha duran poco en el jardín de los neutrales convertidos, a su pesar, en campo de batalla. Luis Vives, esta vez huérfano de padre y madre, ha de buscar el favor de nuevos césares; sus cartas, en muchos casos, dan fe de esta búsqueda incesante, engalanada con el adorno, la amistad, la integridad y el intercambio de favores. Luis Vives sabe perfectamente quiénes son sus amigos, los verdaderos, aquéllos que no precisan cartas nuncupatorias ni elogios sin fundamento, pero no ajeno a la carne ni a su debilidad, conoce con precisión que sus abundantes gastos no pueden ignorarse. Ahí, en ese contexto, quiero estudiar la carta que escribió a Enrique VIII, una doble jugada magistral que pretendía, por un lado, recordar al rey que su pensión era, desde hacía tiempo, una sombra.

“JUAN LUIS VIVES, VALENCIANO, A ENRIQUE VIII DE ESTE NOMBRE, REY DE INGLATERRA, SALUD. – Tu benignidad, Rey excelso, alimentó durante algunos años la dedicación placentera a mis estudios. Hace ya tres años que no recibo paga ninguna de ti. No me conviene llevar con desagrado que no se me otorgue lo que tampoco se me debe; sino dar gracias por un beneficio que tanto tiempo ha durado. Por eso te agradezco una y muchas veces y te ruego con ahínco que uses de mí no de otra manera que de quien te desea toda suerte de felicidad y prósperos sucesos.
También hace tiempo que tampoco recibo de la Reina merced alguna, pero tanto a ti como a ella deseo veros muy unidos y felices, mientras pasáis el corto espacio de vida que os resta. Y ya que no tengo otra cosa para testimoniar mi afecto hacia vosotros, he resuelto escribirte brevemente acerca de un asunto, sobre el que estriba el prestigio del nombre cristiano (…) 
Sois dos o tres los Reyes en el mundo cristiano. ¡A tanta estrechez nos han constreñido las victorias de los Turcos! Y en estas circunstancias, ¿todavía queréis haceros la guerra? ¿Qué deidad impedirá que seáis presa de ellos? Porque, si haces una guerra que dañe al enemigo, a ti nada te aprovechara; si una guerra que a ti te perjudique, quedarás aplastado (…)
Pero si tienes una mujer, a quien la que tú codicias no puede compararse ni en bondad, ni en nobleza de linaje, ni en belleza, ni en piedad para contigo.”

Y, con todo, esta carta también podía servir como llave que abriera el corazón de un nuevo César, Carlos V, sobrino de Catalina de Aragón, por su valentía y coraje en tomar claro partido por la reina. Por fin, Vives, ante las expectativas halagüeñas de entablar contacto con Carlos V, decide perder todo recato y lanzarse, sin temor, a ganarse el favor de un nuevo dios mortal que aliviara, siquiera en parte, sus pesados sufrimientos. Si sobre la enfermedad, nadie más que Cristo podía tomar parte, bien es verdad que, en lo tocante al dinero, nada mejor que sestear a la sombra de un árbol poderoso.

Estas hipótesis que aquí barajo son, nunca dije lo contrario, simples conjeturas que marchan detrás de una idea repetidamente hilvanada en las cartas de Vives. Resulta por lo menos curiosa la coincidencia de la carta a Enrique VIII con el vivo deseo, expresado por nuestro autor, de entrevistarse con el césar Carlos V.

Dijimos que la carta dirigida al soberano inglés fue escrita el 13 de enero de 1531 en la ciudad de Brujas. Veamos, tras estas aclaraciones, otras epístolas escritas por estas mismas fechas que aporten mayor claridad a nuestras teorías:

“JUAN LUIS VIVES AL SEÑOR DE PRAETS, SALUD. – Hace tiempo que no recibo ninguna carta tuya; pero lo que de ti espero no son tus cartas sino tu profundo y singular afecto para conmigo. Recientemente te escribí a ti y al César. Mi mayor deseo es que esas cartas hayan llegado a su destino. Espero que así sea. 
Por lo que a mí toca, el mal de gota me atormenta terriblemente; sube serpenteando hasta las rodillas, hasta las manos, hasta los brazos y los hombros. Algún día llegará el fin de esta cárcel tan terrible. ¡Ojalá, cuando esto llegue, sea con la bondad y gracia de Cristo!”. (Brujas, 15 de enero de 1531)

¿A qué cartas hacía referencia Vives? ¿Cuál era el contenido de esas cartas? ¿La dramática descripción de su enfermedad buscaba despertar la piedad del Señor de Praets? De lo que no cabe ninguna duda es sobre las dificultades que Vives padecía en su economía durante este tiempo, como viene a reflejar otro párrafo de la misma carta, donde refiere que “si es cierto que todo lo iguala el amor, yo en ésta mi pequeñez, tú en esa abundancia de recursos, los dos hacemos iguales cosas.”

En marzo de 1531, desde Brujas, escribe a su amigo Honorato Juan, haciéndole saber lo siguiente:

“Todavía no me he presentado al César, porque el Señor de Praets me persuadió que no lo hiciera en su ausencia. Él fue enviado por el príncipe de Francia para la recepción de la Reina. Es esperado dentro de poco.”

Quizá, por esta razón, su deseo de presentarse al César, el contenido de esta otra carta dirigida al Señor de Praets, escrita en Brujas en febrero o marzo de 1531, era del siguiente contenido:

“En medio de tanta cantidad y variedad de asuntos importantes, no me extraña que se te pasara por alto un asunto tan exiguo y baladí, si es que se te pasó, pues por ninguno de los tuyos te preocupaste de comunicarme qué querías que yo hiciera.
Dicen que ahora permanecerás en Francia más tiempo de lo que pensábamos, cosa que fácilmente creo, porque veo que ésta es la práctica de los Legados. Temo mucho que con las dilaciones y los retrasos se nos escape de las manos la ocasión, y que este sujeto marche de aquí antes de que nosotros hagamos algo.
Esto sería para mí ciertamente muy desagradable, porque el asunto, aunque de suyo leve, para mí no es menor que para los Reyes y Príncipes los suyos. En efecto, todas estas cosas, pequeñas y grandes, dependen del punto de vista por donde se miren. Te ruego, pues, mi esclarecido y querido amigo, te dignes a escribirme dos palabras sobre lo que tú crees que debo hacer, o por lo menos ordenar que se me notifique. Adiós.”

¿Es, ciertamente, esta carta una referencia a esa entrevista que pretendía mantener Vives con Carlos V? Si fuera así, creo interpretar que Vives marchaba en pos de un favor del soberano, tales son las palabras de angustia con que apremia al Señor de Praets; mayor humanidad y franqueza las creo imposibles lo que, lejos de ofrecerme a Vives con gran pompa y aparato, cubierto de falsía y pensamientos retorcidos, le muestra en perfecta y mortal desnudez.

En junio de 1531, según una carta que escribe a Erasmo, da a entender que, por fin, ha conseguido su propósito. Sus palabras son éstas:

“He trazado estos renglones en medio de los celebérrimos juegos, que se están celebrando con motivo de la estancia del Emperador, y por eso esta carta será más corta de lo que querría.”

En otra, de 8 de agosto de 1532, escrita desde Brujas a Don Juan de Vergara, le informa de lo siguiente: 

“Acerca del beneficio eclesiástico me harías un gran favor, pero tú ordena este asunto a tu gusto. El César me honró con una pensión de ciento cincuenta ducados, esto es poco más de la mitad de mis gastos, con tal de que sea segura y llegue a tiempo, como lo era el sueldo de Inglaterra. Pero estas cosas las dejo al cuidado de Cristo.”

Termino aquí esta breve semblanza sobre la influencia que ejerció la economía de Luis Vives en varios puntos oscuros de su biografía, convencido de que, fuera de convenir un ejercicio riguroso de investigación, no he descrito ni una décima parte de cuanto permanece latente en sus cartas. Por desgracia, mi única ocupación no es ésta que aquí veis; otros negocios me reclaman, y yo, debiéndome a todos en igual medida, dejo en suspenso la labor comenzada hasta que, otros tiempos y circunstancias, me permitan finalizar la tarea emprendida en estas páginas. 

Déjeme el lector, no obstante, darle a conocer el fino sentido del humor que Luis Vives demostraba, en la 2ª mitad de 1529, en una carta dirigida a su amigo Paté, uno de cuyos párrafos informaba cuanto sigue:

“Tenemos por canciller a Moro. No sé si se acordará de sus amigos débiles e impotentes. La pensión de Inglaterra no me la han enviado hace año y medio, ni de ninguna otra parte, por lo que existe el temor de que os llegue la noticia de que me he muerto de hambre: estas privaciones nos harán mejores y más piadosos.”

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EL ANTICOMUNISMO DE LUIS VIVES

Dice Adolfo de Castro, en el Discurso que señalamos en otras páginas de este estudio, que “conmovido JUAN LUIS VIVES ante los estragos que las guerras de religión habían hecho y hacían en Alemania, escribió en 1535 su librito “De Communione rerum” y, sigue más adelante, que “parece esta obra escrita para lo que vemos en nuestros días”.

Adolfo de Castro defendía, en 1873, en la Biblioteca de Autores Españoles, un anticomunismo acentuado en Vives que se reflejaba, en sus propias palabras, en la forma que sigue:

“En el comunismo hallaba Vives tres géneros de hombres: los facinerosos e imprudentes ladrones, que son movidos por la codicia de las riquezas; los que por desidia o pereza o por gustos inmoderados u odio al trabajo aspiran a la comunidad de bienes, o que por hallarse en una medianía de fortuna anhelan poseer más por medio de la repartición de caudales; y por último, los que no por perversa voluntad, sino por ignorancia y rudeza de entendimiento, creen lo que les dicen siempre que tenga novedad y halague sus pasiones o deseos, y porque oían decir que la ciudad vuelve todas las cosas de modo que sean comunes para los demás, como acontecía en la primitiva Iglesia, de ahí venían a inferir que la comunidad de bienes era de derecho divino. 
Reputaba VIVES a los primeros como imposibles de enmienda, cual los ladrones; a la codicia de los segundos como fácil de corregir o enfrenar, y a los postrimeros como dignos de clemencia y de enseñanza.”

Para no ser menos, 64 años más tarde, en plena guerra civil española, se editó un nuevo libro con el siguiente título:

“Humanismo frente al Comunismo. La primera monografía anticomunista publicada en el mundo, obra de un pensador español, el universalmente célebre Humanista JUAN LUIS VIVES que nació, bajo el signo Imperial del Yugo y las Flechas, el mismo año en que España descubrió el Nuevo Mundo. Valladolid. Imprenta Luis Calderón. 1937. II año triunfal.”

En las páginas siguientes, si el lector decide consultar el libro que acabo de referir, encontrará cumplida respuesta sobre el autor y el significado que se concedió a la obra de Vives:

“Traducción del original latino, introducción y Notas por el Dr. Wenceslao González-Oliveros, Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Salamanca.”
De Communione rerum, ad germanos inferiores (De la comunidad de los bienes a los habitantes de la Baja Alemania) escrito en 1535 en Brujas (Bélgica) por Vives: primera monografía publicada en el mundo contra el comunismo.”

Si quedaran algunas dudas sobre los propósitos perseguidos por el Catedrático González-Oliveros podréis, ya en el prólogo, percibir con toda evidencia las ideas que le animaron. Éstas son sus palabras:

“Para que la guerra civil no pueda recomenzar entre nosotros, es urgente acometer una magna, abnegada y sentida obra misional entre los pobres ignorantes envenenados.
Hasta que Vives escribió su opúsculo, el comunismo venía siendo refutado por teólogos, filósofos y literatos de un modo incidental.
Desde la rechifla que Aristófanos hiciera del comunismo platónico en su “Asamblea de mujeres” (comedia jocosa que no capta en absoluto el fondo harto serio de tal doctrina), ni el mismo Aristóteles ni Santo Tomás dedicaron a combatirlo sino algunas páginas o algunas líneas. Y no hacía falta más, realmente, puesto que el comunismo de entonces estimábase como la proposición de un modo nuevo de distribución de los medios de producción y consumo. Era un caso de la Economía Política o la Política Social, que no pretendía trascender negativamente al mundo de las almas ni envenenar las fuentes de la creencia religiosa.  
Pero entre los comentaristas y escoliastas que asistieron, siglos andando, al momento en que la aberración comunista trata de guarecerse en la doctrina de Cristo tampoco se encuentra quien estimara la doctrina comunista lo bastante peligrosa para merecer aisladamente una refutación monográfica.
En el año 1516 se imprime en Lovaina la célebre UTOPÍA de Sir Thomas More, considerada como el primer libro comunista de la Edad Moderna. Y 19 años después lanza nuestro Luis Vives su monografía anticomunista, primera obra de este género que ha conocido la humanidad civilizada (…)
Español tenía que ser.”

A este asunto podríamos dedicar, el problema lo requiere, un abundante número de páginas que, repito, no son competencia de este trabajo. Pero, a pesar de todo, es preciso hacer justicia y decir que Vives escribió dos obras que parecen, en una primera lectura, diametralmente opuestas, que son, “La Comunidad de bienes” y “Del Socorro de los pobres”; cualquier ideología, comunista o anticomunistas, podrían utilizarlas en provecho propios, si bien pecarían ambas de partidismo y malinterpretación, dando versiones parciales de una obra que, indiscutiblemente, ha de examinarse en su conjunto.

Por mi parte, creo haber llegado al final de este trabajo inacabado, dándote las gracias a ti, lector, por haberme dedicado tan calladamente tu tiempo. Si fue de tu agrado, me quedo enteramente satisfecho. Si no fue así, créeme que nunca pretendí malgastar tu tiempo.
Domingo García Navarro


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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA EN ESTE ESTUDIO:

- Gregorio Marañón: Españoles fuera de España 
- De la Pinta y Llorente y José Mª de Palacio: Procesos inquisitoriales contra Blanquina March, madre el humanista J. L. Vives.
- Diálogos. Edición 1737
- Juan Luis Vives: De Communione rerum
- Juan Luis Vives: Instrucción de la mujer cristiana. 1555
- Juan Luis Vives: Introducción a la sabiduría
- Biblioteca de Autores Españoles: Tomo LXV. 1873
- Fermín de Urmeneta: La doctrina psicológica de J.L. Vives
- Humanismo contra anticomunismo, Valladolid, 1937
- José Jiménez Delgado: Epistolario. Editora Nacional S.A.
- Villoslada: Biografía de Ignacio de Loyola.