La identidad legal de mis gatos

Tengo cinco gatos en casa. Viven como reyes. Sanos, felices, tranquilos. Tres de ellos, son viejos amigos, de un año y un día. 

Aparecieron en un día de tormenta de verano. La mirada de uno de ellos, entonces un pequeño cachorro de pelaje negro, se quedó fija en mis ojos, y los míos en los suyos. 

Parecía aquel pequeño gato, con los pelos mojados hasta el cogote, un actor de la paramount, en una película gatuna. No olvidaré aquella mirada de gatita asustada (entonces yo pensaba que era un macho), en un día de desconcierto y lluvia, muy caluroso, cuando éste que escribe estas líneas abrió de repente una puerta que había estado cerrada durante meses. 

"El que faltaba" -debió pensar la gatita negra con sus ojos que hablaban- "Quién es éste". Era el propietario de la vivienda, nada más; y la misma pregunta me hice, al mirar aquel cachorro de cuento, empapado de la cabeza a las uñas, cuando nuestras dos miradas sorprendidas se tropezaron aquel día. 

Me sorprendí aún más al voltear la mirada, y encontrarme con su madre, una preciosa Gata Parda, y dos hermanitos saltarines, también empapados de tormenta. 

Eran cuatro gatos silvestres, que habían acampado en una casa deshabitada, junto a otras casas y corrales cerrados, sin gente, en un pueblo que lleva perdiendo población… hemos perdido la cuenta, de años y de población perdida.

Madre y cachorros de gato, se convirtieron en una familia improvisada. Yo ponía comida y agua en un lugar fijado del patio y ellos que hicieran lo que quisieran; ni yo pedía mimos, ni aquellos gatos estaban por la tarea de amansarse o domesticarse.

Los gatos se hicieron un poco mayores y la madre desapareció, ella y su marido, el Gato Blanco, de más de siete kilos de peso, un tahúr del mississipi. Eso sí, venían de visita, a zamparse la comida de sus tres hijos que, así por las buenas, habían quedado en tierra de nadie, abandonados a su suerte, en manos de un extraño.

Ellos y yo seguimos con la misma costumbre, o sea, que los cachorros hicieran su vida por corrales y tejados, y que yo no insistiera en formar trato o relación con ellos. Después los acontecimientos vinieron ellos solos.

La gatita negra que una vez viera minúscula, la primera que vi empapada por la lluvia, se había convertido en una experta políglota, capaz de dirigirse a mí en mil modulaciones de miaus. Una maestra en encontrar orificios por los que colarse, y aparecer cada noche, en la penumbra de una habitación con televisor, para recordarme que "eh señor, que no nos ha puesto la cena, a mí y a mis hermanos."

Cada vez que guiso de caliente hay concierto de maullidos, y varios gatos a la puerta de la cocina. Como si fuéramos una familia. 

Sus hermanos eran mudos, pero aprendieron a maullar su comida. A ella, el minúsculo cachorro que se convirtió en una preciosa y ágil gata, la llamo Siete Lenguas. Hace poco tuvo la valentía de dejarme, en cuidado, a sus dos cachorros recién paridos. 

A diferencia de su madre, sus dos hijos la disfrutan a diario. Los cinco tienen más de doscientos metros de casa y patio, y corrales vecinos por los que correr aventuras y disfrutar de la vida. Podrían armarme un jaleo de mil demonios, pero son unos animales de lo más tranquilo y respetuoso. Yo a veces pienso que, para ser la primera vez que tengo gatos en casa, no está saliendo nada mal la jugada.

La jugada es tan fácil como encontrar nuestros espacios y nuestros ritmos, que parece que cada cual puede expresarlos con libertad. Ellos viven sin darme problemas; por el contrario, recibo de ellos muchas satisfacciones, y yo no me veo en la necesidad de arrepentirme de haberles conocido. Creo que en esta relación hemos ganado todos.

Los tres hermanos que un día encontré, en uno de los tejadillos del patio, cubiertos por el agua torrencial de un día de tormenta, han llegado a su plena juventud. 

Las dos hembras han conocido el placer y el dolor de los amores de primavera, y alguna vez he tenido que despedir a pedradas, como un buen padre, a los avispados gatos del barrio, que al calor de un buen celo, eran capaces de recorrer muy distintos corrales para llegar al mío y cortejar a las dos gatas. 

En diversas visitas de la madre, hambrienta y con rostro de recorrer mucho mundo, vi que también andaba preñada. El padre, Gran Gato Blanco, dejó de venir hace unas semanas, que igual tiene una amante, pero no, es que quería hacerse el dueño de la situación, clavando las uñas en la yugular de su hijo, y le eché a pedradas. Aprovecha mis ausencias para meter los bigotes en el plato de sus hijos.

Gato Blanco es para darle de comer aparte. Nunca supo nada de la camada que su mujer había parido. A él poco más le importaba que ponerse las botas con el plato de rico pienso. Yo le cambié el nombre por ComeSiete, y no dejaba de vigilarle porque el lugar de comida y reunión es un comedero de fácil acceso. 

Venía, el Gato Blanco, despellejado de alguna pelea, otra vez con una profunda mordida en el rostro, y sucio como él solo. Se tendía en el alféizar y curaba de sus heridas, y un buen día se iba, para no más volver, más que cuando se le antojaba, haciendo uso de una trampilla en el corral vecino. 

Una vez pasó una semana entera con una pata inservible, tendido, manso, mientras sus hijos le lamían. Luego se iba. A veces quería hacerse el dócil y el tierno, para pillar algún pequeño lujo que yo tenía para los pequeñines, pero no se me despintó. Era un mal tipo y, por eso, el otro día, si le engancho con una piedra, le hubiera roto otra pata. No voy con ánimo de hacerle daño, pero quiero que no vuelva a pisar el plato familiar. 

Creo que tiene dueño, y también lo tiene su mujer, Gata Parda, pero aunque en este pueblo dicen que los gatos son muy bien alimentados, yo me pregunto el porqué se van a parir, de forma silvestre, a corrales ajenos, y por qué, en cuanto descubren un contenedor de basura, lo atacan como almas en pena, estómagos vacíos. 

¿Tenemos plaga de gatos en el pueblo?. Creo que no. Más bien tenemos descuido por los animales urbanos, y más aún por el patrimonio inmobiliario. Yo pienso que un cuarenta por ciento (o más) de casas deshabitadas, justifica por sí mismo la existencia de gatos callejeros, con dueño pero sin dueño. 

Creo que ahora saldrá una nueva normativa sobre la tenencia de gatos, y llegado el momento no sabré qué decir. ¿Los gatos que encontré son míos o son de la Madre Naturaleza?¿Serán de los dueños del gato padre o serán de los dueños de la gata madre? ¿Soy yo responsable de las aventuras que estos gatos puedan correr, en el futuro, en corrales o casas colindantes?... 

Quién sabe, no sé de ningún gato que haya tenido la genial idea de dar una vuelta al mundo y salir en los telediarios. Pero si uno de mis gatos quisiera hacerlo, tendría que ponerme en contacto con alguna cadena de tv, para que nos informen de la travesía, de cómo es posible que las siete vidas de un gato den para una vuelta tan grande. Récord guinnes, creo. Si consigo convencer a uno de mis gatos, vengo, aunque sea sin cámaras, y se lo cuento a ustedes. 
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