El placer de escribirme
Retomo el placer de escribirme, después de cien mil minutos de pensamientos. Pensamientos a veces errantes, pero confluyentes en un mismo objeto, yo mismo, el principal protagonista de mi propia historia.
Sea como fuere, observo toda mi vida pasada como una sucesión de recuerdos, cuyo cordón umbilical he ido buscando afanosamente, rastreándolo aun a ras de la tierra para conocer, con mayor exactitud, cuál es el camino de mi corazón y adónde éste me conduce.
Acepto las heridas de mis guerras pasadas como un honor de batalla, como un manjar de los dioses que siempre, en el reino de las huríes y las doncellas, tiene su justo premio. Especialmente a aquéllos que entramos en combate con el honor expuesto en nuestros ojos, sabiéndonos pertenecientes a un ejército, un vínculo, una esperanza en la eternidad.
En esta etapa de mi viaje, treinta y cinco años han pasado a lo largo de mi vida. Años incesantes, incandescentes, con larga vida a mis espaladas. El lobo quiere retirarse a su guarida y cantar de nuevo a las estrellas y recuperar su espíritu adolescente.
El lobo pide marcharse un mes a orillas del mar. Y así lo hará. Él lo ha determinado. El águila pide vuelo, pero el lobo solicita descanso.
Es hora de consolidar los frutos y aprovechar la cosecha.
Hora de amamantar la propia ilusión de vivir y fermentar dichoso del cuerpo.
Es hora de abrirse a una nueva juventud que, esta vez, dure para siempre, en el calor y placidez de las horas.
Ésa es mi palabra.
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Habla el Hombre.
He luchado incansable por dar un punto de dignidad a mi vida.
He luchado con y contra las circunstancias y desisto de luchar contra el mundo.
No quiero sino depositar mi mirada allí donde me plazca, sin estrecheces ni aflojamientos de estómago.
Y sentirme libre y uno, como en muchas de mis horas pasadas, libre de contradicciones, libre de miedos, sabiendo que defiendo cada célula de mi cuerpo de cualquiera que invada mi territorio, sabiendo preciosa mi vida y cada gota que la recubre.
Ese propio valor de lo que sí es mi mayor anhelo, recuperar incansablemente cada trozo de mí, para, recompuesto, poderme resucitar a la vida, a la consciencia de saberme vivo y no haberme de refugiar en pensamientos o en deseos.
Saberme en el justo presente, disfrutándolo, sea un mirador, una música, un silencio, gozando de la paz del instante y sabiéndome pleno, completo, hábil, bello para cada paso de mi vida.
Ésa es mi palabra.
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Habla el Animal.
El animal es un animal de guerra, preparado para la guerra, pero desde la humildad; el soldado no se desgasta en la batalla.
El animal busca su propia supervivencia, nada más que ésta.
Pero el animal sufre también cuando otros animales como él se disputan el trozo de pan y luchan, con todas sus fuerzas, por arrebatárselo a otros.
El animal no entiende de puertas, ni ventanas.
El animal es un puro terrorista de la imagen y de la palabra.
Lo peor que puede pensarse, un terrorista genial, es decir, un deshacedor de las cosas.
La lucha se desarrolla desde lo invisible, pero con efecto directo, plano, sobre lo visible.
La fuerza: la fuerza de la palabra y de la imagen.
Ése es el animal.
Y ésa es su palabra
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Habla el profesional: el escritor, el fotógrafo.
Bien. Se trata de hacer una carrera profesional, nada más que eso. Las carreras profesionales se hacen hora a hora, día a día.
Pero una carrera profesional es algo en continuo ascenso.
De eso se trata, consolidar la base e ir en continuo ascenso, sabiendo que a veces la vida nos inhabilita para seguir siendo Indispensables.
La Libertad de Pensar y Expresar es la divisa de esta profesión. No solamente el reconocimiento de la propia libertad sino a la libertad de otros. Soy libre cuando el mundo es libre, cuando allí donde pongo mi mirada de libertad, no se ve ésta interrumpida por fronteras de hombre.
Mis decisiones actuales de vida son el resultado de llevar conmigo todos mis recuerdos y la presencia de cada uno de mis actos, sin rechazar la mirada sobre ellos. El primer compromiso es conmigo mismo, como forma de demostrarme que no estoy loco y que la sensatez ha gobernado cada uno de mis días. Y menciono la locura a propósito de gentes que quedaron en otras lunas y otros mundos y quieren y anhelan regresar con plenitud a la vida. Gentes que pensaron que eran angelitos y tropezaron con la dura realidad. Nada era como parecía ser y la confusión nos dejó, algún día, en nuestra infancia, atónitos. Hoy se dice anonadados.
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A veces, sólo a veces, me siento viejo. Pero ese sentimiento lo tengo desde la niñez y no me resulta nada extraño, el de la vejez prematura, el de vivir demasiado pronto y, por tanto, a destiempo.
Mi afición favorita es pasear a lo largo del pasillo una y otra vez.
Resulta demasiado estúpido, lo sé. Pero lo practico con frecuencia. El primer paseo va sobre unas cuadrículas de baldosines y, el segundo, sobre otras. Son costumbres arraigadas de niño, aunque, afortunadamente, entre mis bajezas, digo rarezas, no se encuentra el ponerme babero o ir con chupete.