El pobrecito Heinrich

Existen dos tipos de personas. Unos son honestos y rectos durante las 24 horas del día. Les importa sobremanera la verdad y son incapaces de pronunciar mentira alguna. Están situados a un extremo del cordel de la vida. Ellos, los honestos y rectos reconocibles y reconocidos de nuestro ejemplo, no coleccionan medallas sino honestidad y rectitud. Este grupo de personas respondería al estereotipo del judío alemán, Heinrich, terriblemente honesto y recto de juicio que, al pararse la Gestapo en el timbre de su puerta, dice a toda su familia: “haced cuanto os he enseñado. No mintáis. Más vale quemarnos la piel en Auschwitz que soportar el fuego de la condenación eterna”. Y, evidentemente, la Gestapo se lo lleva entre aullidos de sirena.
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En el otro extremo del cordel de la vida se sitúa el segundo tipo de personas. Aquéllos eran extremistas de la honradez y, realmente, eran honrados, aunque pagaran el precio de verse a sí mismos y a toda su familia en un horno crematorio. Pero los que se sitúan en el otro extremo también juran ser honrados. No hay manera de distinguirlos. Unos porque el disfraz de honradez es tan perfecto que hasta lo parecen. Otros porque su imaginación no da para más, sólo son honrados que esperan en la vida que alguien llame al timbre de su puerta, aunque sea la Gestapo. En este equipo de personas, el de los magos-brujos disfrazados de honrados, la vida es un tanto más divertida en tanto que pueden apreciarse juegos de manos, malabares, maravillas de prestidigitación. En realidad, ilusionismo. Pero ojalá todo cuanto sale de la mano de estos magos-brujos fuera un simple juego de ilusionismo y la humanidad entera pudiéramos acudir a la función diaria a aplaudir. Desgraciadamente, no es así. Los brujos no se toman la molestia de su disfraz simplemente para divertirnos al resto de la humanidad. Son más ambiciosos que un simple bufón o un payaso o un mago de feria.

El grupo de ilusionistas actúa como la Gestapo que llama a casa del judío Heinrich a las 3 de la mañana (y no son lecheros, por desgracia para Churchill). Entonces, los vecinos salen en zapatillas y preguntan qué pasa. Y los ilusionistas responden que buscan a un peligroso asesino llamado Heinrich (obviamente, omiten la segunda parte: un peligroso asesino cuyo delito es haber nacido dentro de toda una raza de asesinos).

Los ilusionistas han sido quienes han creado el peligroso y escurridizo concepto de la honradez, la rectitud y la honestidad. Y lo han hecho para tipos como Heinrich que se dejan atrapar cuando son molestos sin necesidad de disparar un solo tiro, aunque sea a las 3 de la madrugada.

Quiero decir que existen dos extremos de tolerancia hacia el ilusionismo. 

Uno es tolerancia 0 (el caso del judío) y acaba en el horno, lleven razón o no. El salvamento de la dignidad personal, cuando lo hay, sólo viene al cabo de varios siglos después, de manos de la Historia, demasiado tarde para Heinrich.

En el otro extremo están quienes dicen al ilusionismo: tolerancia 10. Y, desgraciadamente, en su mayoría, no emplean solamente los conocimientos de prestidigitación para defenderse de madrugada de la amenaza de la Gestapo.

Quiero decir que difícilmente se libra un ser humano de cualquiera de los trucos ajenos si no es con un poco de conocimiento de magia. Y, verdaderamente, es un arte.

Pensando en los ilusionistas que emplean la magia negra en sus trucos (son legión) puedo decir que hasta conozco algunos. En el fondo, sus procedimientos son como la Gestapo o como la policía secreta; están perfectamente camuflados entre la selva humana. Unos tienen oficio de tenderos. Otros trabajan en bancos, en gestorías, en despachos oficiales. Su disfraz es tan perfecto que parece hasta tener piel. Es más, vestidos o desnudos, no hay forma de distinguirlos del resto. Eso sí, basta decirles que son unos vulgares disfrazados, unos trileros de pacotilla y mentirosos, y puede verse que montan en cólera y amenazan con llevarnos a la cárcel por decir calumnias contra su honorabilidad. 
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Pues bien, falta hablar del tercer grupo. Aquéllos que un día fuimos Heinrich y soportamos muchas Gestapos llamando a horas intempestivas a nuestro timbre. Y, por esto mismo, decidimos aprender el arte de la magia.

Digamos que somos un extraño grupo de personas, igualmente camuflados en los más diversos oficios y nombres, que ejercemos de guerrilla urbana, de resistentes, de supervivientes.

Sabemos que con escasez de imaginación, como el pobre Heinrich, no moveremos ni un solo milímetro el curso del mundo.

Pero tampoco deseamos ser como esos brujos negros que atropellan derechos y vidas ajenas como quien pisa a una humilde hormiga. 

En lo que me atañe, en lo que a mí respecta, tengo una profunda responsabilidad con la Inteligencia, y no pienso defraudarla siendo un pobrecito Heinrich. Prefiero ser eficaz en el propósito de que la Inteligencia se expanda, antes que verme en la gloria de una esquela mortuoria de un campo de concentración nazi.
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