Caliente y al rojo vivo
Sacando hoy cajas del rincón del olvido, me acabo de encontrar con uno de los muchos artículos, titulado Caliente y al rojo vivo, que escribí en el periódico La Frontera del Duero: ¿Qué se preguntaría un huevo, cuando entra en la cocina?. Desde luego, como futuro pollo, tiene los días contados. A lo sumo, el pobre desgraciado puede plantearse si acabará frito, cocido o pasado por agua. Es posible que, en un revuelto. Llegó a la sartén. El huevo, quiero decir. Lo supo cuando le dábamos unos golpecitos, al olor del aceite friéndose. Acabo mis días, de huevo frito, pensó el huevo. No necesitó la inquisición de la batidora, ni los golpes, a puro garrote vil, de una tortilla a la francesa, molido a palos, con un tenedor casero. Simple huevo frito. A veces pienso, que los que ahora estamos vivos, por estos barrios del planeta, Estados, países y regiones, somos un poco como el huevo. Estamos catalogados en clase A, blancos o morenos, peso y talla y al expositor estadístico. A